Cuando empecé mi proyecto personal en “A través del cuerpo” tuve que dedicar gran parte de mi jornada laboral a estar frente al ordenador. Pasaba horas y horas sentada sin apenas moverme, porque soy de esas personas que cuando se concentra, pierde la noción de todo lo que le rodea. Además estaba muy motivada e ilusionada y me dedicaba a mi proyecto en cuerpo y alma (nunca mejor dicho).
Metida en esa vorágine del trabajo, casi sin darme cuenta empecé a posponer todo lo que no tenía que ver con mi trabajo, deporte, salidas a caminar, nadar en el mar, practicar yoga, meditar… y sin ser consciente de ello (o puede que sin querer serlo) pasaba mis días trabajando olvidando mis rutinas y con ello volvieron los viejos fantasmas, y permití que el estrés controlara mi tiempo de nuevo.
Obviamente mi cuerpo empezó a quejarse a través del dolor. Me dolía todo, me sentía rígida y mi estado de ánimo puffff. Estaba irritable, contestona, cabreada y negativa. Pero aún así, seguía sin hacer cambios. Recuerdo que pensaba, «sé controlar el estrés, esta tarde me pongo a meditar y listo«. Pero nunca encontraba un momento para hacerlo.
Hasta que un día se encendió mi alarma personal indicándome que algo iba muy mal. La ansiedad hizo acto de presencia con una intensidad que hacía tiempo no sentía. Tuve que pasarlo bastante mal, para recordar que no puedo despistarme, que necesito mis rutinas, mi ejercicio, relacionarme con los demás, tener tiempo para conectar con mi cuerpo, en lugar de enganchar una tarea con la siguiente hasta terminar agotada.
Dejé de cuidarme y de aplicar mi propia medicina. Ya sabéis eso de «en casa de herrero, cuchillo de palo«. Y sí, me queda mucho que aprender aún. No puedo bajar la guardia y tendré que cuidarme siempre si quiero vivir bien.