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Me siento vacía

La historia de Tamara

Tamara vino a nuestras sesiones porque a pesar de tener una buena vida, un marido que la quería, un buen trabajo y un hijo maravilloso, se sentía vacía. Era consciente de que tenía muchos motivos por los que sentirse afortunada y eso en lugar de ayudarla, la hundía cada día más.

A pesar de esforzarse mucho e intentar todo lo que creía que le ayudaría, no lograba sentirse bien. Esa sensación de vacío se estaba haciendo cada vez más presente en su día a día y finalmente se decidió a pedir ayuda.

"Me siento vacía"

No me siento bien

Cuando le pregunté a Tamara qué problema tenía por sentirse vacía, me miró con sus grandes ojos negros y con una expresión de asombro y me dijo: “¿No es obvio? ¡No quiero sentirme vacía, por eso estoy aquí!”.

Su sorpresa ante mi pregunta fue algo perfectamente lógico. Sobre todo al venir de una psicóloga que se supone que tiene que ayudarle a eliminar tu sufrimiento. 

Siempre que nos enfrentemos a algo que no nos gusta, que es amenazante, que nos descoloca o que rechazamos, sí o sí vamos a tratar de evitarlo. Es decir, si lo que vives no te gusta, vas a esforzarte «muy mucho» por no sentirlo

A fin de cuentas ¿quién quiere sentir lo que no le gusta?

Abrirte a la posibilidad de sentirte vacía

Cuando nos enfrentamos a una experiencia increíblemente difícil, perturbadora o potencialmente amenazante, buscaremos un remedio para no sentirla: por ejemplo distrayéndonos con el móvil, con los videojuegos, dedicándonos a nuestros hijos de forma obsesiva, trabajando más de la cuenta, anestesiándonos con medicamentos, alcohol o con otras drogas. Quizás nos hagamos adictos al trabajo o al deporte, cualquier cosa es válida si nos aparta de sentirnos mal. 

Y estas distracciones funcionan, al menos a corto plazo. Conseguimos un alivio momentáneo que nos permite seguir nuestras vidas sin mayores complicaciones. Pero con el tiempo, especialmente si lo que nos negamos a sentir es algo importante, nuestras tácticas distractoras dejarán de funcionar y probablemente se conviertan en un problema añadido en nuestra vida; adicciones, problemas familiares, insatisfacción vital…

El miedo de Tamara

Cuando Tamara asimiló mi pregunta y dejó de rechazarla, le invité a repetir en voz alta su miedo más profundo: “me doy permiso para sentirme vacía el resto de mi vida” mientras prestaba atención a lo que esa afirmación generaba en su cuerpo.

Tamara lo repitió y empezó a sentir una gran presión en su tripa, el pulso se le aceleró y la garganta se le cerraba. No se encontraba cómoda, pero no le estaba pasando nada grave. Así que le pregunté ¿puedes soportar las sensaciones que tienes ahora mismo en tu cuerpo? Y sin dudarlo ella respondió que sí. Entonces le invité a estar con sus sensaciones físicas sin tratar de dar interpretaciones, sin buscar causas o consecuencias y se dió cuenta de que abrirse a sentir algo que no le gustaba, no iba a matarla

Después de algunas sesiones Tamara descubrió que invertía muchísimo esfuerzo en tratar de no sentirse “vacía” cuando la realidad era que ya se sentía así. Y en lugar de dar cabida a esa sensación trataba por todos los medios de hacerla desaparecer invirtiendo para ello una gran cantidad de energía. 

Una vez que aceptó su sensación de vacío sin tratar de cambiar nada, empezó a soltar toda esa frustración y sufrimiento que cargaba en su vida. Abrirse a sentir lo que de hecho ya estaba sintiendo, la liberó.

Podemos controlar qué hacer con nuestras emociones

Nuestra experiencia en la vida ha de dar cabida a todo. No podemos limitarnos a sentir sólo lo bueno. Está claro que todos queremos sentir cosas bonitas y agradables, pero también debemos permitirnos sentir el dolor, la rabia, la tristeza sin rechazar nada.

No podemos controlar lo que sentimos pero lo que sí podemos hacer es abrirnos a sentir cualquier cosa que surja ya que al hacerlo nos damos la oportunidad de conocernos y seguir creciendo.

Si crees que necesitas ayuda para descubrir de qué forma te niegas a sentir tus emociones

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