Cuando Tamara asimiló mi pregunta y dejó de rechazarla, le invité a repetir en voz alta su miedo más profundo: “me doy permiso para sentirme vacía el resto de mi vida” mientras prestaba atención a lo que esa afirmación generaba en su cuerpo.
Tamara lo repitió y empezó a sentir una gran presión en su tripa, el pulso se le aceleró y la garganta se le cerraba. No se encontraba cómoda, pero no le estaba pasando nada grave. Así que le pregunté ¿puedes soportar las sensaciones que tienes ahora mismo en tu cuerpo? Y sin dudarlo ella respondió que sí. Entonces le invité a estar con sus sensaciones físicas sin tratar de dar interpretaciones, sin buscar causas o consecuencias y se dió cuenta de que abrirse a sentir algo que no le gustaba, no iba a matarla.
Después de algunas sesiones Tamara descubrió que invertía muchísimo esfuerzo en tratar de no sentirse “vacía” cuando la realidad era que ya se sentía así. Y en lugar de dar cabida a esa sensación trataba por todos los medios de hacerla desaparecer invirtiendo para ello una gran cantidad de energía.
Una vez que aceptó su sensación de vacío sin tratar de cambiar nada, empezó a soltar toda esa frustración y sufrimiento que cargaba en su vida. Abrirse a sentir lo que de hecho ya estaba sintiendo, la liberó.